Cantarranas, La Niña y Las Monjas son las tres parcelas que la Alcarria de Mondéjar presta a la mano artesana detrás de Bodegas La Era, que con cepas casi centenarias en una de sus demarcaciones ha conseguido embotellar la esencia de una comarca.
Un total de cuatro hectáreas de viñedos cuyo cultivo se apuntala en una premisa sólida, la de trabajar la viña de manera tradicional y sostenible, manteniendo la mano de obra artesanal y huyendo de pesticidas y abono químicos, aliados con tratamientos ecológicos solo cuando son necesarios.
Gracias a su perspectiva ecológica y a los remedios que utilizan para combatir a los microorganismos que destruyen la uva, el enólogo y emprendedor del proyecto, Ramón Herrero, ha asegurado que estas técnicas, además de ser beneficiosas para la producción, también facilitan las tareas de vendimia.
Con una estrategia basada en observar y entender lo que va pidiendo cada cepa, Bodegas La Era tiene en Cantarranas la joya de su corona, con cepas de más de 90 años, custodiadas por La Niña y Las Monjas, todas ellas por encima de los 800 metros de altitud.
Amparados en una filosofía de «trabajo de campo minucioso, esmerado y constante», acometen la poda en seco o en verde pero siempre mirando la salud de cada cepa y la calidad de su fruta, sin pensar en el volumen de producción.
Guadalajara y Madrid son los principales mercados de estos productos y el foco se mantiene en que las ventas puedan crecer dentro del mercado nacional, donde la balanza parece inclinarse a favor del vino blanco.
Según ha señalado Herrero, su menor graduación a comparación del vino tinto «hace que se pueda beber con mayor facilidad» destacando, además, entre las consumiciones favoritas de los jóvenes, en especial el espumoso.
Aún siendo una producción pequeña, desde Bodegas La Era no descarta en un futuro la exportación de sus vinos a varios países que ya han mostrado «su interés y su gusto por estos vinos».
El secreto mejor guardado de la bodega es su apuesta por la agricultura regenerativa. Desde hace varios años, se trabaja sin arar la tierra con el objetivo de «inocular» la microbiota para crear una cubierta vegetal.
Esta técnica, que cumple en la bodega casi cinco años y en la otra tres años sin arar, no han estropeado la viña e incluso ofrece resultados con bastante calidad.
EXPERIENCIA ENOLÓGICA COMPLETA
Guiados por la viticultora del proyecto, Elena López, los visitantes, en grupos reducidos, se adentran en la esencia del proceso de producción y de vinificación desde las viñas, pasando por las bodegas y concluyendo en la zona de catas con una visita incluida al jardín, un entorno natural y «peculiar» donde predominan las plantas aromáticas de la zona y que como ventaja, «requiere de poco riego», ha explicado López.
Para sumergirse hasta el corazón de la bodega, la experiencia transcurre en un clima «tan agradable» que pretende hacer sentir a los usuarios «como en casa».
De esta manera, López ha expresado su intención de que los visitantes que acuden a catar vino «hagan este espacio suyo» asegurando que ese es el hecho diferencial de sus catas y refiéndose a que los grupos «vienen a compartir un espacio que es estar en casa y no estar en una bodega sin más».
Mirando más allá de la bodega, se encuentra la localidad que la acoge, Mondéjar. La bodega no se olvida de ella y gracias a sus visitas aportan su grano de arena dentro de la economía local y el turismo rural.
«Gracias al horario de las catas sobre las once o las diez, en el caso de las fechas más veraniegas, hasta la hora de la comida, los visitantes suelen recurrir a los restaurantes de la zona e incluso si se animan, también a casas rurales, o a otros pueblos descubriendo su patrimonio», ha concluido la viticultora.
LA CATA, «COSAS SENCILLAS PERO RESULTONAS»
La cata de vinos que ofrece Bodegas La Era incluye la degustación de cuatro cuatro vinos, dos de ellos blancos y otros dos tintos. La gerente de la empresa, Elena Herrero, ha subrayado que uno de los vinos blancos está «prácticamente agotado» en el mercado, por lo que solo se puede catar en estas bodegas.
En referencia a este producto , la gerente ha señalado que «es un vino bastante particular porque es una variedad blanca de la zona, que de hecho está bastante denostada». Para Herrero, «el buque insignia del proyecto es el vino tinto ‘La Era'», del que pueden disfrutar los visitantes para concluir la cata y cuyo cuerpo y color distintos indican que procede de viña vieja, como es el caso de Cantarranas, con más de 90 años.
De las tapas que maridan los vinos, se encarga la viticultora, Elena López, que según ha indicado Herrero, las va cambiando de vez en cuando e intenta buscar «cosas sencillas pero resultonas que acompañen a la experiencia», asegurando que de la cata «sales, incluso, casi lleno».
SOBRE LAS VIÑAS
La Niña y Cantarranas se encuentran a pocos metros de distancia. La Niña perpetúa el proyecto de La Era y es una apuesta por el paraje que ha visto nacer a nuestra anciana Cantarranas. Pero la Niña nace con patrones mejorados, conducción en eje vertical, poda de respeto y cultivo ecológico desde su primer año, por lo que tiene «todos los ingredientes para ser una de las grandes viñas de la región en este siglo XXI».
Otro suelo, otro paraje, otro microclima y otras variedades, situada a 6 kilómetros de la otras dos, Las Monjas se planta con un propósito más concreto en mente. Es la primera viña que plantaron con clara vocación de bodegueros. Más de la mitad de la parcela es Cabernet Sauvignon, la variedad francesa que con sus notas de acidez que animan a la Tempranillo.